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El fin es mi principio y la imposible objetividad de la crítica

Creo que era el tercer día de clase en la Facultad de Comunicación de la Complutense cuando me explicaron aquello de que la crítica era un género de opinión, y por lo tanto subjetivo. Que quiere decir dependiente del sujeto y sus circunstancias. De vez en cuando lo recuerdo para no ponerme nerviosa cuando mis compañeros críticos dan cuatro estrellas a una peli en la que me he dormido o hunden otra que yo pensaba que iba a cambiar la Historia del cine, no suele pasar, pero a veces pasa. Y es bueno que pase. Esta semana, por ejemplo, ha pasado en uno de los medios en los que trabajo.
Cuando vi , en mi casa, en un ordenador porque si no no daba tiempo a llegar al tempranero cierre de Telva, me gustó. Me gustó bastante. Supongo que, además de por la calidad de la cinta y de la interpretación de Bruno Ganz, me habían afectado algunos sucesos cercanos que me hacían especialmente sensible a una película que hablara de la enfermedad y la trascendencia de la vida (no siempre las circunstancias que afectan al crítico son tan nobles: recuerdo haber "predicho" la carrera de premios de El discurso del rey después de verla en un pase a las 2:30 de la tarde sin haber comido, en ese momento pensé, si he aguantado dos horas esta película muerta de hambre sin mirar el reloj es que debe ser grande. Lo dejo escrito porque me siento orgullosa de haber acertado). Pero a lo que iba, me gustó y escribí una crítica elogiosa. Mientras la escribía, el director de Fila Siete acudió a un pase de la peli... y salió horrorizado y, sobre todo, aburrido. Las críticas se cruzaron. Él, a modo de detalle, decidió que la mía se publicara en papel. Yo, esta semana, aprovechando que estoy al mando por vacaciones del resto del equipo directivo, he publicado la suya en la web. Además de porque es bueno tener contento al jefe (en mi caso a los múltiples jefes) porque me gusta demostrar que algo de lo que aprendí en la Facultad es cierto (y que esa libertad de criterio se respeta en muchos medios, desde luego en Fila Siete) y porque me encanta dar la oportunidad a los lectores de leer dos críticas diferentes, casi opuestas, y que ellos decidan, o mejor, que ellos hagan después su propia crítica y análisis.


Os dejo el link de la web: El fin es mi principio y la crítica que salió publicada en la revista

La muerte y la Toscana

El principal problema de esta cinta germana que se estrena con bastante retraso en España es que uno la tache de la lista de posibles antes de leer dos líneas del argumento. Cine alemán de autoayuda en pleno verano. Una reflexión sobre la muerte. Una conversación entre un padre y un hijo. Y el padre además viste una túnica blanca. Cualquiera de estos elementos es capaz de disuadir al más pintado.
Si al final uno se deja convencer descubre que El fin es mi principio tiene algo de eso –de cine de autoayuda, de reflexión filosófica, de sermón, si se quiere- y algo más. Y la suma es  una película conmovedora, una cinta bellísima, de esas que dejan huella.
La película cuenta la historia de Tiziano Terzani un carismático periodista italiano y escritor que, durante muchos años, trabajó como corresponsal en China. En 2006 se publicó El fin es mi principio, su testamento póstumo, escrito a modo de conversación con su hijo Folco. Temas como la muerte y la trascendencia, la importancia de la familia y del amor o el poder del espíritu sobre lo material son abordados de manera serena por un hombre enfermo que afronta con paz el fin de sus días. En Italia, estas memorias vendieron 400.000 ejemplares en 4 meses y se convirtieron en un fenómeno editorial.
A medida que avanza la cinta, uno se da cuenta que Terzani no era un iluminado sino una persona culta y observadora que vivió el auge de las ideologías y fue capaz de ir evolucionando en su pensamiento cuando contrastaba éste con la incontestable realidad. En ese sentido, es interesante su férreo rechazo de los materialismos y su defensa de la espiritualidad y trascendencia del hombre. Una trascendencia que, al abordar el tema de la muerte, se apoya en elementos de culturas y religiones muy diferentes (Terzani recibió una fuerte influencia del budismo), roza el new age pero está también muy cercana a la idea católica (esto queda patente al presentar la devoción a la Virgen María del hijo de Terzani y la referencia a las oraciones y la iglesia en el testamento del periodista).
El envoltorio de esta adaptación es muy sencillo. El guión lleva a la pantalla el largo diálogo entre el padre y el hijo, sin apenas recursos de montaje, y lo intercala con algunos pasajes más contemplativos en los que destaca una maravillosa fotografía de la Toscana. Esta escasez de recursos cinematográficos no se hubiera sostenido sin un actor como Bruno Ganz. El alemán –que aparece en prácticamente todos los planos- da un auténtico recital de interpretación apoyándose solo en la voz, en el texto y en los gestos. Casi nada…


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