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La JMJ vista por un crítico (de cine)

Una de las desventajas de ser freelance es que las vacaciones nunca son completas: cuando desconectas de un medio tienes que seguir trabajando para otro y no es raro que, si estás en Madrid en agosto, acabes cubriendo huecos. Sobre todo si en agosto en Madrid se celebra una Jornada Mundial de la Juventud con más de un millón de peregrinos y un indudable interés informativo. Como mi trabajo consistía en editar algunos vídeos y encontrar testimonios de interés no me acredité como periodista (te obligaban a hacer mil gestiones, rellenar cientos de papeles e ir en un autobús blindado). Me inscribí como voluntaria. Ahora dudo de si acerté porque, además de pasarme algunas horas del sábado abriendo paso al Samur (la gente caía como chinches y no era para menos), tengo ahora un lumbago considerable que me recuerda que la Jornada Mundial de la Juventud no es para los que nos acercamos peligrosamente a los cuarenta. Pero ahora ya es tarde para estas reflexiones. La ventaja de llevar el polo verde de voluntaria es que me daba cierta movilidad y la gente me preguntaba mucho. Y ya se sabe: donde hay gente preguntando, hay historias.

De todas formas, el problema de estar especializado en un tema, en mi caso la información y crítica cinematográfica, es que acabas viendo todo con ese prisma: en mi caso, he visto la JMJ con ojos de crítico de cine y he descubierto estos días en Madrid historias, personajes, sucesos que daban para un buen puñado de películas.

Por ejemplo, uno de los primeros días vi Yo, confieso. Reconozco que yo era de las escépticas que pensaba que lo de los 200 confesionarios instalados en el Retiro era excesivo, por mucho peregrino que viniera. Sin embargo, ni uno de los días en los que fui al Retiro me encontré con sacerdotes ociosos. Los confesionarios parecían la taquilla del AVE en hora punta. Colas para confesar, peregrinos variopintos a un lado y sacerdotes, muchos de ellos jóvenes y sobradamente preparados (por la lista de idiomas que señalaban los letreros), al otro. De película.

Una noche tocó comedia: La boda de mi mejor amigo. Me ofrecí a llevar a un grupo de voluntarias en mi coche al alojamiento. De repente vieron una limusina y descubrieron al que parecía ser un famoso (hablo en tercera persona porque la limusina la vi pero al famoso no lo reconocí, y ellas creo que tampoco), se pusieron a chillar como locas que me acercara que querían hablar con él. Y en ese momento se desarrolló una escena surrealista: una conversación sobre ruedas entre un grupo de chicos que iban a una despedida de soltero y las voluntarias que decidieron contarles (a 60 km/h) el acto de Cibeles. Había tan buen rollo en el coche –y para qué negarlo, las voluntarias eran bastante monas- que temí por un momento acabar en la fete…o que los de la fete acabaran en el Burger King cenando con los tickets de peregrino.

La película de otro día fue más triste: Solo ante el peligro podría llamarse. Después del Vía Crucis, en Gran Vía, un monje mexicano se acercó. Se había perdido de su grupo y me preguntaba donde había un parque o una plaza para cenar su bocadillo. Había oído por megafonía que era mejor no acercarse a Sol para prevenir los altercados del día anterior y como era monje, extranjero y estaba solo le daba un poco de miedo meterse en líos. Confieso –ahora yo- que sentí pena y rabia. Me avergoncé de vivir en un país libre en el que, sin embargo, un pequeño grupo de radicales (sé que no son todos los indignados) son capaces de coartar los más elementales derechos a un monje que dedica su vida a rezar y a cuidar a los pobres. Localicé a un grupo de peregrinos que comían en un banco y que acogieron al monje como si fuera un amigo de toda la vida. Pero ese gesto no consiguió que se me pasara el mal cuerpo y unas horas más tarde decidí acercarme a Sol, a ver que pasaba. Y me encontré otra película que no sé como podría llamarse pero sí resumir la sinopsis: “El Indignado tomó la plaza”. Eran las 12 de la noche y miles de ciudadanos acompañaban en procesión –como si estuvieran en la Semana Santa andaluza- la magnífica talla del Cristo de la Buena Muerte. Una espléndida banda acompañaba el paso, la gente aplaudía desde las ventanas. Cuando la procesión dejó la plaza, se quedaron debatiendo un grupo de indignados con un grupo de peregrinos. Me acordé de lo que dijo Juan Pablo II precisamente en su último viaje a España: que “las ideas no se imponen, se proponen”. Pensé también que era muy gráfico que los que se habían peleado antes fueran capaces de hablar ahora: aparentemente lo único que había pasado era una talla…con un Cristo.

El sábado por la tarde en Cuatro Vientos vi algo así como El guateque. El personal -literalmente cocido con 40 grados a la sombra- convirtió el aeródromo en un interminable botellón (eso si, de agua mineral, alcohol muy poco, casi nada). A ritmo de Danza Kuduro los jóvenes bailaban como locos.

Pero, sin duda, la película más fuerte que he visto estos días fue la que transcurrió en la Vigilia del sábado por la noche. La tormenta y el extasis se llamaba. Después del calor asfixiante, con el Papa revestido en el impresionante escenario, empezó a caer una tormenta de las que hacen historia. Al principio eran gotas, luego ráfagas de lluvia, rayos, truenos y un auténtico vendaval. El mensaje de un amigo siempre dispuesto a meter caña me hizo sonreir: “Jodido Rubalcaba”. Yo no me había mojado tanto en mi vida. Pensé que aquello terminaría con la Vigilia, las pantallas se apagaron, las torres de sonido se balanceaban peligrosamente pero la gente seguía en su sitio impertérrita. Los más animosos empezaron a gritar “No pasa nada (cuando era obvio que pasaba) estamos con el Papa”, el resto aplaudían, la situación era un poco dramática y la gente se partía de la risa. Sorprendente. Luego me han contado que se acercaron al Papa a decirle que había que irse pues peligraba su seguridad (quizás más bien su salud) y el Papa dijo que no se iba. Confieso que yo no salía de mi asombro: era imposible que aquello estuviera preparado (ni la tormenta ni la reacción). Sale el organizador de la JMJ dice una simpática broma a los jóvenes, les pide que recen y a los 5 minutos (ahora parecía una peli de milagros) deja de llover. Se reanuda la ceremonia, sacan la espectacular custodia de Toledo y llega el éxtasis, el silencio absoluto. Cuatro Vientos se convierte en una película muda. Los jóvenes que bailaban con cuarenta grados, que se acaban de calar hasta los huesos, se arrodillan ahora en el barro y rezan. Sin guión, sin consignas. Cien por cien improvisado, verdadero. Otro rollo. Puro gore. 

Comentarios

  1. Yo también he vivido y me han contado escenas de película: "Atrápalo como puedas", cuando abrias la botella de agua en medio de los 40 grados de las tardes de Cibeles; "Cantando bajo la lluvia" por la reacción a la tormenta del millón y medio de peregrinos que estaban dispuestos a que aquello se acabara; o "El hombre que sabia demasiado" y se hizo el listillo por aquel periodista chino que aterrizó en la sala de prensa el sábado antes de Cuatro Vientos asegurando que tenía una entrevista con el Papa.

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  2. Gracias por enriquecer la "cartelera", lo del periodista chino es glorioso!

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  3. ¿Y no hay ninguna peli que se titule "lo bueno viene ahora"?

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  4. Muy bien descrito Ana. Realmente lo que vivimos hay que contarlo, es imposible dejarlo "dentro". Gracias por escribirlo.

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  5. Si espectaculo jamas visto, al menos en mis 50 años de vida.
    Y digo yo, espetáculo de fe, de amor,que ofrece una juventud que dentro de unos años veremos madura como maduros serán los frutos. La Iglesia y todos nosotros que somos Iglesia cosecharan lo que Dios sembró en sus almas con estas lluvias y las semillas que puso Dios en cada uno. Y habrá matrimonios cristianos, Iglesia doméstica, vocaciones sacerdotales, vocaciones de todos los carismas que hay en la Santa Madre Iglesia.Gracias !!!

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