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Popieluszko: de cura a héroe

Para el crítico -sobre todo si es además informador de cine, que no es lo mismo- hay películas y películas. Hay películas de visión obligada: te guste o no tienes que ver Crepúsculo. Aunque te convoquen en un cine a las 6 de la mañana el día antes del estreno, te hagan firmar un embargo más largo que la hipoteca de tu casa (comparación afortunada y clarividente de @gdelprado), te pongan gafas oscuras, te quiten el móvil y te insulten a la entrada y a la salida. Da igual, tienes que verla y hablar y escribir sobre ella. Y a veces entrevistar y cubrir la premiere.
Hay otras películas prescindibles desde este punto de vista. Casi nadie hablará de ellas, la responsable de comunicación -casi todas son mujeres- convocará 15 pases de prensa para que todo el mundo pueda verla, enviará material, te contestará con infinito cariño los mails, te dejará que tuitees todo lo que quieras (faltaría más) y si a pesar de todo nos has visto la peli, te mandará un DVD a tu casa.
Es lo que me pasó con Popieluszko, una cinta polaca que vieron millón y medio de polacos hace ¡¡3 años!! y que se estrena ahora en España. La cinta me llegó el jueves y hasta las 23:00 no pude sentarme a verla... con la idea -lo confieso- de echarle un ojo y etiquetar con "peli vista". Y, sin embargo, la historia me enganchó en los primeros minutos. No es una gran película desde el punto de vista cinematográfica. La realización peca de televisiva, hay escenas poco conseguidas y la transición de las escenas documentales a la ficción pura y dura es algo rudimentaria. Pero, ay amigos, hay historia y qué historia y hay un personaje y un conflicto emocionante. La cinta refleja con bastante realismo los hechos históricos -Popieluszko fue brutalmente asesinado por el gobierno comunista por considerarlo enemigo del regimen- la lucha de los polacos por la libertad: la religiosa, la de pensamiento, la de prensa, la de vida... y el papel que en esa lucha tuvo un cura normalito, con sus defectos (qué magnífico acierto las escenas -el retrato y el espejo- que nos revelan las pequeñas vanidades del cura, humillantes, poco elogiables, pero humanas 100%). Un sacerdote que simplemente rezaba (cantaba poco porque cantaba muy mal), trataba de vivir los valores del cristianismo y los anunciaba en sus homilías de los domingos mientras apoyaba y sostenía la fe -humana y espiritual- de sus feligreses. Vamos, el parroco -bueno, eso sí- de toda la vida. Lo más alejado a un superhombre a pesar de ser capaz de dar la vida por un ideal: la libertad del hombre. ¿Otro acierto de la peli? Reflejar de dónde sacó las fuerzas este sacerdote: de su fe en Jesucristo, en primer lugar, y del ejemplo y de la coherencia de algunos grandes hombres. La película empieza y termina con dos secuencias documentales protagonizadas por quien estuvo en la sombra, apoyando decisivamente, la lucha de Popielusko y los polacos por la libertad. Si, no hace falta ser adivino, las imágenes son de Juan Pablo II, claro...

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