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Brandon es un atractivo treinteañero, vive solo en un moderno apartamento.
De puertas afuera su vida es de anuncio. Pero Brandon tiene dos serios
problemas: una hermana desequilibrada que ha intentado suicidarse varias veces
y una adicción al sexo.
Steve McQueen lleva meses paseando por festivales esta provocadora cinta que pone el
dedo en la llaga de una adicción de la que casi nadie habla, que nadie persigue
(nada que ver con los fumadores, por ejemplo), que muchos fomentan y que, sin
embargo, puede arruinar no solo a una persona sino a una sociedad.
Desde el punto de vista formal la cinta es hipnótica:
La música de Bach, la puesta en escena, la fotografía, la paleta de
colores…todo transmite frialdad, distancia, soledad. Michael Fassbender y Carey
Mulligan bordan sus respectivos papeles: ella es la indefensión, la
vulnerabilidad, la tristeza (ese melancólico New York); él, la angustia, el
egoísmo, la rabia… la vergüenza.
El guión de Abi
Morgan (pienso que esta historia solo la podía haber escrito una mujer) es
extrañamente lúcido al abordar ciertos temas: por ejemplo, la relación entre
este problema y la falta de pudor (proverbial como se presenta al personaje de Carey Mulligan), la consecuencia de
vivir volcado en el placer sexual (Brandon es incapaz de salir de sí mismo para
ayudar a su hermana), el resultado de separar sistemáticamente el sexo del amor
(que le lleva a no poder disfrutar de una relación normal) o el peso que tiene
en estas cuestiones sexuales el clima social (“No somos malos, pero estamos en
un lugar equivocado”).
La cinta no es redonda: la primera parte (donde se
utiliza la elipsis y el conflicto se aborda sin subrayados) es mucho más
convincente que la segunda, mucho más repetitiva, explícita y agresiva. Hay una
cierta incoherencia –quizás falta de talento- en señalar los peligros de la
hipersexualización cayendo precisamente en ese exceso.
En ese sentido, sobra la repetición de sexo explícito,
15 minutos de auténtica pornografía, en los que la cinta pierde a chorros categoría,
sutileza, inteligencia. Esos subrayados son un torpedo contra la línea de
flotación de la propia película: la alejará de muchos espectadores que -con
toda la razón- o no subirán o se bajarán del barco. Además se diluye la
valiente denuncia que encierra la historia y hará que la atención de parte del
público –y de la crítica- se desvíe hacia aspectos triviales y sensacionalistas.
Y este es uno de los grandes peligros de la película, que el propio McQueen ha
facilitado al no optar por un desarrollo visual más inteligente: que haya frívolos
y superficiales que pongan el acento en el morbo y la provocación, que el
discurso sobre la película verse sobre las escenas de sexo… cuando la historia
habla de cosas más serias.
Porque Shame
(vergüenza se traduce al español) habla de la infinita tristeza, la soledad
cruel que genera la hipererotización de una sociedad pansexual y de los riesgos
de convertir el sexo en producto de consumo, de desvincular el sexo del amor y
el compromiso.
En definitiva, Shame
plantea de una manera muy cruda que quizás el paraíso libertario en el que tan
a gusto vivimos puede convertirse, con mucha facilidad, en un infierno. (Fila Siete)
Nota: Por cierto, no puedo evitar la tentación de copiar unos párrafos (gentileza de la simpática @ya_voy como dice @cinedeterror) de un tratado de antropología. Quien haya visto la película entenderá porque los copio, y es que, al margen del vocabulario y el tono filosófico, ¿no está hablando de esta película? Para que digan que el cine es frívolo...
Casi todas las inclinaciones viciosas, que
son las que crean costumbre o hábito, como las drogas, son, por otra parte,
signos que no fallan de un orden interno destrozado.
Todas estas formas de egoísmo encallecido
van, además, acompañadas de la desesperación de no lograr lo que tan
ardientemente se busca, que es el apaciguamiento y la satisfacción del yo. Pero
es que toda búsqueda desordenada del propio yo tiene que ser forzosamente un
fracaso; el
hombre yendo por los caminos del
egoísmo no puede nunca dar con su personal verdad.
En este sentido, la falta de templanza y la desesperación
están unidas entre sí por un secreto canal. Quien obcecadamente persiste en
buscarse en el vicio tiene que terminar desesperado. (Las virtudes fundamentales, Josef Pieper)
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