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Al margen del valor cinematográfico (aunque suele estar unido) hay películas que hacen que el crítico se alegre de serlo. Porque, además de disfrutar con la historia, le mueven a pensar, a hablar con otros críticos, a discutir un determinado enfoque, el desarrollo de una trama, el significado del final, las motivaciones del director, la mano del productor, el peso de los actores, los porqués de la cámara. Este nivel de debate solo se da entre películas con un cierto grado de complejidad (no me imagino una conversación de 30' sobre el final de Tengo ganas de ti..., la verdad...) y un nivel de calidad. La realidad es que no suelo encontrar más de una decena al año. Son las críticas que te llevan a escribir, re-escribir y volver a escribir lo re-escrito. Elefante blanco es una de ellas. No es una cinta redonda desde el punto de vista cinematográfico pero es una película compleja, interesante y arriesgada (por los temas que trata y por el modo de tratarlos). Y puestos a arriesgar, es una película que tiene el riesgo de venderse como algo que no es.
Detrás de Elefante blanco está Ricardo Darín, (¡soberbio!), está Pablo Trapero, visceral como siempre... y está Juan Gordon, el productor de Celda 211 y También la lluvia (por poner solo dos ejemplos recientes). Su mano se nota en Elefante blanco, la noté cuando la ví... y la noté cuando ayer pude dialogar con él sobre la película y me dio algunas claves muy interesantes. Un lujo que a veces tenemos los críticos... y que les deseo a los espectadores (porque es el que mejor explica su película, que para eso es suya, claro). Mientras tanto, les dejo con la crítica, con la última, de momento...
El Elefante blanco es un
macrocomplejo hospitalario que lleva 30 años sin terminar de construirse. El
edificio en obras se levanta sobre un extenso poblado chabolista de Buenos
Aires donde campan por sus respetos la droga y la violencia. Dos sacerdotes y una
asistente social, Luciana, tratan de sacar adelante el hospital y la barriada.
A ellos se unirá el padre Nicolás, un joven sacerdote que atraviesa una fuerte
crisis de fe y culpabilidad. Las dificultades de la labor y la atracción que siente
hacia Luciana lo enfrentarán al que
había sido durante años su referente y confesor: el padre Julián, un sacerdote
carismático, muy querido por el pueblo y verdadera alma mater de la labor
social que se realiza en las chabolas.
El argentino Pablo Trapero aborda una
película tan ambiciosa como el propio Elefante
blanco, una cinta que habla de lo macro y lo micro. Todo parece caber en la
película de Trapero; desde la economía, la política y la religión, hasta las
guerras de clanes por la droga, la precariedad laboral, la crisis vocacional o
el modo de enfrentarse a una enfermedad mortal. En este sentido, Elefante Blanco recuerda a También la lluvia, una cinta con la que
comparte productor (Juan Gordon) y que entretejía una trama social, política y
religiosa con la interesante evolución psicológica de un productor de cine. La
formula, muy arriesgada, le salió bien a Bollaín y vuelve a funcionar (quizás
de una forma menos redonda) aquí.
Y como ya ocurría con También la lluvia, Elefante blanco es
una cinta interesante, por el calado de los temas que aborda, y honesta, al no
plantear estas cuestiones –algunas muy fuertes- de forma simplista. Con un
primer vistazo al material promocional –que habla de la labor social de un grupo
de sacerdotes enfrentados con los poderes políticos y de la dificultad de uno
de ellos para vivir el celibato- uno esperaría encontrarse una cinta de
denuncia social fuertemente ideologizada
y, sin embargo, hay en la película matices que llevan a pensar que,
probablemente, las intenciones del director y del productor se dirigen más a
reflejar una situación social de injusticia y el papel que tienen un grupo de
personas fuertemente comprometidas con el servicio a los demás.
Aunque no sea redonda
cinematográficamente -y haya decisiones de los personajes poco explicadas, poco
elaboradas, quizás mal montadas (el apresurado final es un ejemplo de esto)- ni
pueda presumir de ortodoxa al resolver los conflictos –no lo pretende en ningún
momento- es interesante la manera de mostrar las dificultades que pueden tener
los sacerdotes para vivir su compromiso en contextos de violencia, pobreza o
soledad. En ese sentido, comparten con el resto de los mortales las dudas, las
debilidades, las decisiones equivocadas… y la esperanza, la gracia, la amistad,
los Sacramentos y la oración (la presencia constante del rezo del rosario no
parece un detalle sin importancia). No es nada fácil reflejar todo esto en la
pantalla pero Trapero cuenta, además de con una historia poderosa, con un
intérprete de lujo: Ricardo Darín, el verdadero protagonista de la cinta y su
columna. Un actor que, aquí, parece haber nacido con clergyman.
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