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Pocos géneros están tan sujetos a esquema fijo como la comedia romántica, y quien dice comedia, dice dramedia. Por eso se valora tanto encontrar películas capaces de introducir alguna nota original en un diseño que se proyecta con escuadra y cartabón. Y se valora más cuando, de un tiempo a esta parte, la única variación que han encontrado los guionistas es invertir el rol tradicional de los personajes, como si convirtiendo el chico encuentra a chica en chica asalta a chico la cosa cambiara radicalmente.
La delicadeza es una de estas escasas películas que han conseguido modificar un poco la plantilla. Es una historia de amor rara, bastante despegada de los tópicos del género. No hay flechazo, no hay sexo, no hay química. O quizás sí, hay de todo pero contado de una manera distinta. La delicadeza es la típica historia de conquista amorosa narrada desde la óptica de un imposible conquistador (un sueco soso con pinta de armario de Ikea) y su inalcanzable conquista (una atractiva viuda con el corazón herméticamente cerrado).
La cinta sigue a la letra el argumento de la premiada y muy leída novela de David Foenkinos: un simpático texto que sigue los pasos de la narrativa de Muriel Barbery: escritura rápida y sencilla, buen dibujo de personajes, múltiples referencias a las culturas clásica y actual, y mezcla de reflexiones filosóficas con el más puro y llano sentido común. Aunque, desde el punto de vista literario, La delicadeza esté muy lejos de La elegancia del erizo podría decirse que son primas hermanas.
Y digo que sigue a la letra la novela no en el sentido literal sino en el estricto: Foenkinos ha sido el encargado de adaptar su propia obra a la pantalla. Y lo ha hecho con detalles de guionista genial, con cambios reveladores (transformar el restaurante italiano de la primera cita en un restaurante chino es sumamente eficaz) y añadiendo escenas que no estaban en la novela pero que aportan datos fundamentales para entender a los personajes (pienso en el momento en el que Markus le revela los gustos musicales de su infancia y Natalie confiesa su pasión por los caramelos Pez o la escena de la primera noche que los dos protagonistas pasan juntos).
La cinta además refuerza el elemento humorístico de la novela con un actor que encarna a la perfección su personaje (imposible pensar en otro Markus diferente a François Damiens) y un tono mitad dramático mitad surrealista que puede extrañar al principio, pero que luego se revela muy útil. Y a las pruebas me remito: en la exigente platea de los críticos -poco dados a expansiones en los visionados- escuché más risas en esta cinta que en las comedias de Apatow.
Será que, después de todo, como dicen los sabios, la realidad supera a la ficción, y la historia de un amor conquistado a base de respeto, tiempo, elegancia y buena educación resulta mucho más estimulante que el aquí te pillo aquí te mato apatowiano.
(Crítica publicada en filasiete)
(Crítica publicada en filasiete)
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Comentarios
Estoy deseando ver esta peli.
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