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Bonsai, añorando a Kaurismäki



Reconozco que Bonsái es una de esas decepciones dolorosas, una de esas películas en las que atisbas el brillo del genio de un narrador… que misteriosamente se convierte en un gris oficinista. Bonsái empieza con una contundente y arriesgada voz en off que nos cuenta el final de la película (o quizás no). 

En las escena siguiente, con la rapidez de una película del recientemente fallecido Tony Scott, la historia –o las historias- ponen sus piezas en el tablero: dos jóvenes se enamoran apasionadamente con el engaño de una novela de Proust como telón de fondo y un treintañero  espera encontrar trabajo como “ayudante” de un conocido escritor. En resumen, una historia de amor y literatura contada en dos tiempos. Un coctel sugerente al que se le añade una estupenda fotografía y unas buenas interpretaciones.  
¿Y entonces? Entonces el chileno Cristian Jiménez –quizás le obligue la novela homónima que adapta- se niega a contar la historia de lo que realmente pasó y la película se queda estancada en la foto fija de las dos relaciones. 
A partir de ese momento se alterna la falta de explicación de los motivos que impulsan a los personajes a actuar (una ausencia premeditadamente buscada por el cineasta) con una explícita  –y excesiva por monótona- representación de sus relaciones físicas. Dicho de otro modo, el narrador decide centrarse en el cuerpo –en lo más material de la relación- y deja de lado el alma, traicionando, de paso, al que dice ser su mentor, Kaurismäki (famoso precisamente por filmar el alma de sus personajes y no el cuerpo). 
Como al pequeño árbol del título, a la película le cortan las alas y lo que podría haber sido una historia frondosa se queda en un cuentecillo, con destellos de genio, pero cuentecillo al fin y al cabo

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