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Que nadie se inquiete. No hay ninguna
conjura. A cada cual hay que reconocerle sus méritos y Almodóvar ha tenido un
papel importante en el cine español, renovó el lenguaje cinematográfico con una
estética que -podía gustar más o menos- pero tenía sello de autor, creo un
microcosmos de personajes –muy suyos- donde encontrábamos más de un hallazgo feliz,
supo extraer magníficas interpretaciones a actores que hasta ese momento eran
solo –y como mucho- promesas y, en definitiva, ha rodado unas cuantas películas
que, a pesar de su tono estrafalario, aguantan muy bien el paso del tiempo. El
problema es que Almodóvar renovó, dirigió y rodó… todo en pasado. Almodóvar es
pasado. Y esto es lo que se comprueba en Los
amantes pasajeros, la peor película de un cineasta que llevaba años dando
preocupantes síntomas de declive.
La
vuelta a la comedia de Almodóvar, después de ese bizarro y también fallido
drama que era La piel que habito, despertaba
ciertas esperanzas (sin duda, lo mejor que ha hecho últimamente ha sido Volver) y, sin embargo, ha sido peor el
remedio que la enfermedad. Recurriendo al símil facilón, con Los amantes pasajeros, Almodóvar se
estrella con todo el equipo. La cinta es una acumulación de chistes con poca
gracia y menos ritmo, que se suceden de forma arbitraria y sin ninguna
justificación (la película –como un programa de humor de Nochevieja ochentera-
podría empezar por la mitad o por el final y no cambiaría un ápice lo –poco-
que cuenta). Todo lo que refleja la película es casposo, desde el omnipresente
chiste gay con la maricona amanerada de toda la vida que muchos hemos enterrado
hace siglos, hasta la recurrencia –en bucle- al chiste procaz que ni
escandaliza ni hace gracia, solo provoca la nausea por repetición y mal gusto. Es
tanta la caspa que, cuando se quiere hacer broma con la Monarquía, en vez de
recurrir a Corinna, Almodóvar se retrotrae a Bárbara Rey, nada más y nada menos.
Esta patina de antigüedad, que es eso, superficial y vieja, quita también mordiente a la crítica social de la película. Mientras que la falta de guión, ritmo y sentido de la historia se contagia a los actores. No se salva uno. Están sobreactuados, hieráticos, forzados. Probablemente no son ajenos a la "debacle del genio" e interpretan sus inanes papeles, mientras miran de ladillo, con la actitud de quien va a hacer un cameo en Gandia Shore (exigencias del guión)… o, mejor, no demos saltos al vacío, a una gala de José Luis Moreno.
Esta patina de antigüedad, que es eso, superficial y vieja, quita también mordiente a la crítica social de la película. Mientras que la falta de guión, ritmo y sentido de la historia se contagia a los actores. No se salva uno. Están sobreactuados, hieráticos, forzados. Probablemente no son ajenos a la "debacle del genio" e interpretan sus inanes papeles, mientras miran de ladillo, con la actitud de quien va a hacer un cameo en Gandia Shore (exigencias del guión)… o, mejor, no demos saltos al vacío, a una gala de José Luis Moreno.
Lo más triste de todo esto, es que hay una
cosa en la que Almodóvar no es pasado. Pedro –que diría Pe- vende sus películas
como nadie, su discurso -o postureo- político también vende periódicos (en un
momento en el que necesitamos vender)… y se hace la víctima como ninguno. Por
eso es muy difícil decirle las cosas. Me sorprende que nadie del equipo de
rodaje le haya dicho a Almodóvar que iba a hacer el ridículo, que su discurso
es más propio de un viejo gagá, que no repitiera diez veces el mismo chiste que el público iba a desconectar. Hay mucha gente que no le ha dicho esto
antes... y hay otros que tampoco se atreverán a decírselo después (y
seguirán hablando de la frescura y el universo de Almodóvar). Y es una pena porque
más dura será la caída. Si es que todavía se puede caer más bajo, que lo dudo.
(Publicado el Fila Siete)
(Publicado el Fila Siete)
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