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To the wonder: maravillosa... inacabada


Lo dije y sigo convencida: El árbol de la vida me parece una obra maestra. Una película complejísima que aborda un tema arduo –el sentido del dolor- de una manera magistral. Una historia del alma contada en tres tiempos, a dos voces  desde cinco miradas diferentes y que, sin embargo, tiene una unidad increíble. La unidad de las obras de arte, donde ningún verso sobra, no falta ninguna nota, ningún trazo carece de sentido.

Me siento ante To the wonder con las más altas expectativas. Quiero que me guste, aunque he leído críticas encontradas. Contemplo, de nuevo, la maravilla de la fotografía de Malick, más bella aún si es posible. Me encuentro, de nuevo, ante uno de esos temas que golpean: el amor y el desamor. Uno de esos temas usados hasta ajarse en la pantalla grande que, Malick afronta, sin embargo, como si fuera nuevo. Porque lo afronta como afronta su cine, también en lo formal, desde dentro y hacia arriba. Y, en el -mil veces contado- conflicto de una pareja, con sus subidas y bajadas, sus infidelidades, sus crisis y sus extásis, Malick bucea, indaga e interroga. Y le pregunta al Creador, como hacía En el árbol de la vida, o mejor, le reta… Y el Creador le habla. Como también hablaba en El árbol de la vida. Aquí de una manera más clara, más patente. A través de otra historia de amor, o mejor dicho, de Amor. 
Y el conflicto -las dudas, los sufrimientos interiores, la vulnerabilidad del hombre ante sus sentimientos, la –definitiva-incapacidad de amar del hombre- que no consigue encontrar respuesta convincente en el amor de la pareja, encuentra solución en el amor de Dios. Mirando hacia Arriba. Como un proverbial teólogo, Malick habla del amor de Dios y del amor del hombre, y de la radical e inevitable relación entre ellos y habla del eros y de la Caridad y de cómo, si una no acompaña al otro, el primero se cansa,  como los niños, o se agosta, como un efímero sentimiento.

Me sorprende el registro interpretativo de Olga Kurilenko, más guapa que nunca. Me confirmo en que Javier Bardem es un magnífico actor, en un personaje complicadísimo (y magnífico). Y compruebo que a Affleck el papel le viene grande. Hay planos que se me graban a fuego –como la mirada de un personaje después de su caprichosa, fugaz y amarga aventura- y diálogos que se clavan en el alma, como el entrecortado agradecimiento de un feligrés retrasado mental a su párroco.

Pero, ay –y cómo me duele decirlo- me sorprendo también, en más de una ocasión, aburrida ante la reiteración de algunas imágenes, empachadas de su propio preciosismo, intrigada por el sentido que tiene contar la misma historia dos veces, cuando la hemos entendido muy bien a la primera – esta es una película infinitamente más fácil que El árbol de la vida-. Echando de menos alguna pista –esa mano grande de Brad Pitt en el hombro de  Jessica Chastain- que me confirme que la pasión entre los amantes es algo más que pura física sublimada y necesidad de contacto. Me sobran y me faltan cosas y llego a la conclusión de que a Malick le ha faltado un poco de tiempo para matizar, para prescindir, para ocultar lo que quiere mostrar, sin necesidad de forzar el encuentro. De hacerlo patente. Y al final me parece una película menos acabada, incompleta, un tanto deslavazada, aunque todo se haya cerrado.

Recuerdo todavía la sensación –el impacto, la memoria, el propio recuerdo de la infancia- que me produjo la última escena de El árbol de la vida. En ese momento escribí que la película me había hablado a otro nivel... To the wonder no lo hace. Es una gran película, pero no una obra maestra. 

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