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En largo: El último gran mago

Para los poco aficionados al ilusionismo: Harry Houdini fue un famosísimo mago. Nació en Hungría en 1876, pero pronto sus padres emigraron a Estados Unidos. Aunque desarrolló todo tipo de trucos, fue especialmente conocido por sus números de escapismo. Enfrentado a los defensores del espiritismo y ocultismo, mantuvo su cruzada particular contra estos, especialmente cuando una médium afirmó haber conectado con su difunta madre. Además de un gran mago, Houdini fue un precursor del show business. Para promocionarse supo contar con el apoyo de los medios de comunicación y sus giras se convertían en auténticos espectáculos de masas. Da prueba de ello, ochenta años de su muerte, darse una vuelta por la red: además de miles de páginas dedicadas a este mago, se pueden ver algunos de sus números en YouTube.
Con este material, Tony Grisoni (autor de los guiones de In This World y Tideland) y Brian Ward (coautor de la historia en que se basó el guión de La intérprete, que escribieron Zaillian, Frank y Randolph) han escrito un curioso biopic. Curioso porque, a pesar de la abundante documentación, el centro de la historia, más que en Houdini, está en dos personajes ficticios: una bella mujer que actúa como médium en una vulgar sala de espectáculos, y su hija, una espabilada adolescente, seguidora ferviente de las hazañas del mago. De hecho, los dos co-guionistas confiesan que, al principio, la historia se centró en la relación madre-hija y solo después entró Houdini. Y se nota, pues probablemente lo menos conseguido de la película es un romance que, a pesar de la química de los actores, resulta poco creíble, por superficial y por falso: en realidad, Houdini estuvo siempre muy enamorado de Bess, su mujer, con la que vivió hasta su dramática muerte. Tampoco se ajusta a la verdad la atracción que muestra el mago por el ocultismo, especialmente en el último tramo de la cinta; en la vida real, Harry Houdini combatió estos supuestos fenómenos con argumentos de peso e incluso llegó a publicar artículos en revistas científicas y libros sobre estos temas.
Las localizaciones de la película, tanto en Edimburgo (la ciudad natal de la escocesa Zeta-Jones) como en Londres, son muy resultonas, y los efectos digitales para envejecer ambas ciudades están bien hechos. Llama la atención el diseño de producción que saca buen partido a un presupuesto muy razonable, 20 millones de dólares, tratándose de una cinta de época.
La realizadora australiana de 57 años Gilliam Armstrong (Charlotte GreyMujercitas) ha conseguido una cinta más entretenida que El truco final y más compleja que El ilusionista, muy bien realizada e interpretada, aunque, como ya ocurría en Charlotte Gray, se nota que la directora sigue teniendo problemas de estructura en sus largometrajes dramáticos.
En el apartado interpretativo, destaca Saoirse Ronan (que posteriormente rodaría Expiación, por la que fue candidata al Oscar). La jovencísima actriz consigue comerse al resto del estelar reparto y, eso que todos están muy bien y ninguno es un novato.
Publicada en Aceprensa

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