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Eduardo Torres-Dulce: Se empieza viendo buenas películas del Oeste y se acaba...como Susana de la Sierra

Conocí a Eduardo Torres-Dulce hace muchos años y, como le conocí diseccionando la luz que iluminaba los pliegues de la gabardina de Bogart en la última escena de Casablanca, para mí Torres-Dulce ya fue siempre antes crítico que fiscal. Desde aquel momento le leía y escuchaba de vez en cuando y, pasados los años, fue un orgullo escribir en esa misma sección de Telva donde él escribía (precisamente -si la memoria no me falla- acompañado de mi actual redactor-jefe, César Suárez).

Cuando, hace escasas semanas, Torres-Dulce dimitió me lo imaginé –y no fui la única- dando un golpetazo en la barra de un bar, después de apurar un whisky, arrojando su chapa de sherrif y marchándose a caballo entre una nube de polvo. El subconsciente, que traiciona. Y, mientras leía las alabanzas casi generalizadas que destacaban la honradez del fiscal me sorprendía diciéndome a mi misma: ¿qué esperan? Se empieza viendo buenas películas del Oeste y se termina dejando un cargo con la elegancia de Gary Cooper.

Somos, en gran parte, lo que vemos y por eso esta dimisión me viene asociada a otra renuncia triste; la de Susana de la Sierra. A la ex directora del ICAA la oí más de una vez hablar de su idea de que en los colegios se impartiera una asignatura de cine, pero no de cualquier cine, el objetivo de De la Sierra es que los niños vieran y valoraran los clásicos. Un plan ambicioso, desde luego, pero también magnífico. No hay nada como mostrar valores éticos a partir de historias, de personajes y de dilemas concretos. Desde Platón en la caverna, nunca hemos tenido una herramienta más eficaz para educar y formar a las nuevas generaciones, que la Historia y las historias.

Una cosa es hablar del bien y el mal, de lealtad, de heroísmo o valentía en una difusa teoría y otra cosa, muy distinta, plasmarla en un héroe o un villano. Materializar la lucha por un ideal, la conquista de un amor, la batalla por la vida o la defensa de un pueblo en una historia de ficción tiene beneficiosos efectos para el receptor. La -aparentemente caduca- ejemplaridad tiene bastante que ver con todo esto.

Pero claro, y ahí entra Susana de la Sierra y Torres-Dulce, no todo el cine sirve para esto, igual que no todos los libros son útiles. Si uno es lo que ve, repasar la lista de películas favoritas de Eduardo Torres-Dulce - El hombre tranquilo, La fiera de mi niña, Encadenados, Centauros del desierto, Desayuno con diamantes o El gatopardo, por ejemplo- dice mucho. Y no digo yo que lo único que se puedan consumir sean clásicos. Ahora mismo, en la cartelera, hay mucho bueno que elegir. Películas que, al margen de su género, aportan más o menos. No es lo mismo ver El club de los incomprendidos que Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? No es lo mismo terminar el año con Nebraska, Big Hero, 12 años de esclavitud, Ida, Boyhood o Gravity entre pecho y espalda que hacerlo con Sex Tape, Transformer, Vamos de polis y Vampire Academy. Como en el caso de consumir habitualmente comida basura o una dieta sana, los resultados quizás no se noten al principio…pero vaya si se acaban notando.


Y por eso no me imagino a Eduardo Torres-Dulce sacando entradas en la venta anticipada de 50 sombras de Grey (que por lo visto hay colas) ni suspirando por la última entrega de Michael Bay, ni contando los días para reírse con Torrente 6. Y no digo yo que no las vea. Lo que digo es que el alimento cinematográfico de un fiscal que cuelga la chapa con esa elegancia no es el mismo que el de Belén Esteban. Ni el mismo que la mayoría de los españoles. Y, por eso, además de llorar al fiscal caído hay que llorar a Susana de la Sierra.

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