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(Crónica publicada en filasiete)
Todo es
posible en América. Reconozco que esa
fue mi sensación después de ver y comentar –libreta como quien dice en mano- la
larguísima Gala de estos Oscar 2015. Es posible que, al final, gane uno de los
favoritos que, en realidad, no lo era tanto. Una comedia satírica que le da un
buen derechazo a la industria del cine americano dirigida por un mexicano que
también ganó el Oscar a mejor director (una estatuilla que, por cierto, ya se
llevó el año pasado otro mexicano y que, por pura estadística, tendría que
haber acabado en las manos de cualquier otro).
Pero es que el rival era mucho
rival, y al final, la Academia dejó de lado la melancolía esteticista de
Boyhood para optar por la radical apuesta de un González Iñárritu que ha rodado
con el estómago una película que agarra al espectador desde el primer minuto,
lo golpea sin ningún tipo de complejo hasta noquearlo, lo enfrenta con la
estúpida cultura de la fama y, castigado contra la pared, le grita: “y ahora,
te paras y piensas”. Dicho de otra manera, los octogenarios académicos
norteamericanos han votado como pasionales latinos. Todo es posible en América.
Birdman se llevó 4 estatuillas: película, director, guion original y
fotografía. Todas merecidas y en cierto modo incontestables.
Todo es posible en América.
También que otro outsider -Wes
Anderson- recibiera las mismas estatuillas que Iñárritu por una película un
tanto psicodélica (todas las suyas lo son) y con una narrativa a años luz del
cine clásico americano. El gran hotel Budapest se llevó 4 premios de los
llamadas técnicos (vestuario, maquillaje y peluquería, banda sonora y diseño de
producción) y entró por derecho en la categoría de ganadoras de la noche.
Categoría en la que también entró la más independiente de las candidatas, Whiplash,
que se llevó tres importantes premios (mejor actor de reparto, para J.K.
Simmons, mejor sonido y mejor montaje).
Como todo es posible en América,
también cabe que en el reparto haya premios absolutamente cantados, galardones
que llevaban meses escritos. Es el caso de los Oscar a los mejores
actores: ganaron Julianne Moore y Eddie Reydmane por sus dos
interpretaciones de personajes enfermos. Que la Academia tiene predilección por
este tipo de papeles se sabe desde que el cine es cine. Y no pasa nada, ellos
dan el Oscar sin despeinarse, sin complejos. Nos gustan estos papeles, ¿y?
Dentro de los premios cantados estaba también el de Ida, la película polaca,
como mejor película extranjera. Eran galardones tan sabidos que causaba un poco
de sonrojo oír que los comentaristas hablaban de la “sorpresa” de Big Hero 6
(como mejor película de animación) o The
imitation game (como mejor guion adaptado). Quizás eran menos previsibles…
pero de ahí a sorpresa…
Todo es posible en América, y por
eso Lady Gaga salió vestida de niña buena homenajeando Sonrisas y lágrimas, que cumple 50 años de su estreno, versionando
algunos de sus temas más conocidos y recibiendo con aplausos y abrazos a Julie
Andrews, nada más y nada menos. Para sorpresa radical, sin duda ésta.
En América casi todo es posible y
la gente no tiene reparo en llorar en público cuando les tocan la fibra. Y se
tocó en el momento en el que se interpretó Glory, el tema musical de Selma.
Tampoco tienen reparo en agradecer a Dios sus premios o en reivindicar derechos
para las mujeres o los negros, sin insultar al vecino.
Una Gala con clase
Y, sí lo siento, ya sé que las
comparaciones son odiosas pero voy a comparar los Oscar con nuestra Gala
patria. Porque, como en los Goya, la Gala se hizo larga y a ratos aburrida pero
tengo que reconocer, y me duele hacerlo por mi visceral antiamericanismo (no me
pregunten de dónde viene porque como todo prejuicio es irracional e injusto),
que me pareció que los americanos tienen más clase. Y eso fastidia, además de
por lo del antiamericanismo dichoso, porque soy de las convencidas de que la
cultura europea es superior a la americana. Y si somos más cultos, ¿por qué
somos infinitamente más cutres?
La Gala sería aburrida sí, pero
empezó con un número musical con clase, los presentadores supieron presentar y
desaparecer (sin reclamar sus largos minutos de gloria), el público escuchó el
in memoriam con sentidos aplausos igualitarios (y no jaleando a mi bando como
si el muerto al que no conozco, o no era de mi equipo de fútbol, siguiera vivo),
no hubo insultos ni infantiles nomeajuntos a los políticos y ninguno de los Oscar honoríficos tuvo que sufrir un 50
sombras de Grey como el montaje que se le hizo a Antonio Banderas, que parecía
que sus logros interpretativos venían del cine porno. Podemos llamar a todo
esto puritanismo y remilgos para no pisar callos, pero lo cierto es que la
fórmula funciona y nadie en los Oscar se siente herido. Cuando haces una fiesta
tratas de que todo el mundo esté contento: tus íntimos amigos…y los que has invitado
por compromiso. A eso se le llama clase.
Así que, un consejo, si hace unas
semanas –con motivo de los Goya- pedí a los académicos para la Gala un poco más
de ritmo, hoy les pido un poco más de clase. No es tan difícil, luce mucho y,
sobre todo, es el camino más fácil para aliar a todo un país –y no solo a una
parte- con una industria: en este caso, la del cine. Y en que esto es
necesario, creo que estamos casi todos de acuerdo.
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