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Hay
películas que corren el riesgo de desaparecer de la cartelera antes casi de su
estreno y esta es una de ellas. Son películas casi invisibles, no solo para el
público, sino para el propio crítico. Reconozco que casi se me pasa el estreno
de El Apóstol. Una película francesa
pequeña, rodada con pocos medios, de temática religiosa y que se estrena el
mismo día que Misión imposible 5 (y
para más inri en agosto, cuando las redacciones tienen suerte de contar con un
becario que cubra los estrenos en el mejor de los casos).
La
cinta, aunque acusa la precariedad de medios, se beneficia de un guion de una
gran profundidad filosófica y teológica pero expuesto con sencillez y que, en
casi ningún momento, suena impostado (calificativo que unido a cursi suelen
acompañar a gran parte del cine religioso y que los franceses saben evitar,
recordemos si no la magnífica Dioses y hombres).
El proceso de conversión está bien contado, suena a verdadero, entre otras
cosas porque va a la médula de lo que significa el cristianismo (que como lleva
años insistiendo el Papa Francisco es la caridad) sin entretenerse en otras
cuestiones. También se beneficia El
Apóstol de unas magníficas interpretaciones, llenas de naturalidad, de
actores todavía con poca carrera a sus espaldas pero con mucho futuro.
El verano, Misión imposible 5, la escasez de salas donde se proyectará, el tema de la película y la facilidad para que más de un crítico se la quite de un plumazo diciendo que es una película catequética probablemente harán que El Apóstol pase desapercibida pero yo le deseo una larga y fructífera vida. Precisamente hoy, inmersos en una brutal lucha de religiones –aunque Occidente disimule mirando a otro lado-, un título así no debería ocultarse.
Casualmente
reparo en ella, pido un código a la distribuidora (que me lo manda con una
celeridad elogiable) y veo la película –lo confieso- con pocas ganas, más por
autoimpuesto sentido del deber que por otra razón y decidida solo a echarle un
vistazo para escribir unas pocas líneas orientativas para el espectador (si es
que queda algún espectador dispuesto a entrar en la sala donde se estrene la
película).
A pesar
de una primera escena de una seca violencia brutal -o quizás precisamente por
eso- la película me atrapa desde el principio. El Apóstol cuenta la historia de una familia musulmana practicante
en Francia. Akim es un apuesto joven que se está formando para ser imán en una
mezquita que dirige su tío, pero dos encuentros fortuitos: uno con el mal, otro
con el bien, le hacen replantearse sus creencias. La película mezcla, por una
parte, un suceso real –la conversión de un imán musulmán africano al
cristianismo- con la propia historia de la directora de la cinta Cheyenne
Carron: argelina adoptada por una familia francesa y recientemente bautizada en
la Iglesia Católica. La cinta tuvo una polémica recepción en Francia y la
directora ha insistido en que la única responsable de la cinta es ella: ni
actores, ni equipo técnico (valentía no le falta). En cualquier caso, sorprende
la polémica porque si algo defiende El
Apóstol es el diálogo y entendimiento entre las religiones y la imperiosa
necesidad de dejar de utilizar la violencia en nombre de Dios. En ese sentido,
la película no crítica el Islam sino una determinada manera de entender y vivir
el Corán (otra cosa es que, desgraciadamente, esa manera esté muy presente en
demasiados lugares del mundo).
El verano, Misión imposible 5, la escasez de salas donde se proyectará, el tema de la película y la facilidad para que más de un crítico se la quite de un plumazo diciendo que es una película catequética probablemente harán que El Apóstol pase desapercibida pero yo le deseo una larga y fructífera vida. Precisamente hoy, inmersos en una brutal lucha de religiones –aunque Occidente disimule mirando a otro lado-, un título así no debería ocultarse.
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