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Vista en San Sebastián 2015: Amama

Es una de estas películas que viene con pelea de hinchadas. La crítica ha tomado postura de una forma visceral: o con Amama o contra ella. Soy del primer equipo. Con matices, pero me ha parecido interesante esa manera de contar el conflicto entre tradición y modernidad a través de la historia de una familia que vive en un caserío vasco. 

Esperaba algo lento, y lo es, algo parsimonioso y también, algo en la frontera entre el cine y el arte y ensayo y también me lo he encontrado. Por último, temía una reflexión engolada sobre árboles y animales y tradiciones milenarias deshumanizadas e inexplicables...y eso, afortunadamente, no me lo he encontrado. El conflicto de Amama no se vive solo en un caserío, es, en el fondo, el conflicto intergeneracional de toda la vida, contado con un lenguaje poético y localizado en un territorio.

Por otra parte, además de la sabiduría de conectar una historia local con un tema universal, hay detrás de la lentitud y de la experimentación de géneros de Amama una razón narrativa y hay un esfuerzo de escritura. Hay construcción de personajes y hay evolución, e incluso el modo de incluir la fotografía y el arte en la película se explican porque la protagonista trabaja profesionalmente como fotógrafa (que alguno me puede decir que es un recurso barato...pero al menos alguien ha pensado que, si cambias de género, tiene que haber una lógica narrativa).

Me convence la naturalidad de las interpretaciones, me resultan creíbles los personajes (desde la sequedad del padre, hasta el silencio de la madre que estalla cuando tiene que estallar) y me maravilla el mimo de la fotografía. Una película muy humana que merecería estar de alguna manera en el palmarés. 

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