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Helena
Taberna es una cineasta española con bastantes horas de vuelo que ha
demostrado cierto imán para acercarse con acierto y talento a
los temas oscuros, sórdidos, conflictivos y con aristas. Lo demostró con Yoyes, con La
buena nueva y con Nagore. En Acantilado se repite esta tónica al narrar la
investigación del suicidio de una decena de miembros de una extraña secta.
La
película es digna en cuanto a producción y el reparto –formado por actores
solventes- funciona bien. Otra cosa es un guion facilón -que nunca llega a entrar en
el que se supone es el conflicto central de la película- y unas decisiones
-también narrativas- cuanto menos discutibles: durante dos tercios de la
película el espectador tiene mucha más información que los protagonistas, con
lo que esto tiene de riesgo, y eso que Taberna trabaja bien una atmósfera opresiva que, a falta de una historia convincente, mantiene el interés del espectador.
Por otra parte, rechina
también un tratamiento muy explícito del
sexo con un pretexto narrativo tan débil que parece más bien un recurso para
añadir morbo a una historia que ya es de por sí morbosa. Pero esto último, más que achacárselo a Taberna (que hasta ahora había demostrado mucha contención a la hora de contar lo sórdido) probablemente será marca de la casa de la escritora que firma la novela en que está basada Acantilado: Lucía Etxebarría.
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