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En largo: Viaje a Sils María

Reconozco que me acerco a Viaje a Sils María con cierto prejuicio. Estoy un poco cansada de la omnipresente Juliette Binoche y cuando además la encuentro inmersa en tramas retorcidas me dan ganas de echar a correr. Kristen Stewart tampoco es santo de mi devoción: es la chica de Crepúsculo, fin de la cita que diría Mariano. Tampoco mato por las llamadas “películas de mujeres” y, por último, confieso que percibo cierto postureo políticamente correcto en el afán de llevar a la pantalla el lesbianismo, pegue o no pegue, eso o –en el caso del cine francés, que es este caso- más que postureo, percibo imitación: “si La vida de Adéle -esa película que iba a revolucionar la historia del cine y de la que ya casi nadie se acuerda- ganó una Palma de Oro ¿por qué no lo intentamos copiando la receta?”.
Las buenas críticas maquillaban algo mis temores pero ahí seguían: eran demasiados como para que unas líneas de Javier Ocaña me convencieran. Al final, al margen de buenas críticas y premios me convenció la propia cinta. Viaje a Sils María cuenta la metahistoria de una obra de teatro encerrada en una película. Dos actrices (una jovencísima y otra madura) y la eficaz asistente de la segunda construyen un eléctrico triángulo de egos que, sin más apoyo de unos cuantos escenarios y un guion esculpido a cincel (no sobra una coma), mantienen al espectador al borde de la butaca, sin atreverse a respirar hasta que la batalla termina. Más o menos como Misión imposible pero con la palabra en vez de balas.
Viaje a Sils María habla sobre todo del paso del tiempo, de sus estragos no tanto en el cuerpo como en el alma y en la psique. Es maravilloso –aunque demoledor- el retrato que hace Assayas de una personalidad madura externamente y absolutamente infantil y dependiente por otra. Y a la Binoche hay que reconocerle que lo borda. Es digna de aplauso la construcción de Stewart de una mujer valiosa y todavía joven eclipsada por el talento de la actriz madura. Aparece por último Chloë Moretz, con un papel más convencional pero que sirve como contraste y frontón de las otras dos mujeres. Y es un auténtico experimento de ingeniera literaria como se superponen en la película la vida y el arte, la realidad y la ficción, el texto y el subtexto. Hay algo de experimento y ejercicio de estilo en esta película, en su extraño final, en su intrincada trama. Habrá quien no entre o quien vea confirmados sus prejuicios.

Yo personalmente entré y superé mis prejuicios: es verdad que la Binoche es excesiva, que Stewart viene de rodar Crepúsculo y que abordar las relaciones entre mujeres –sean profesionales, de amistad o de compañerismo- desde la perspectiva del lesbianismo empieza a resultar repetitivo. Pero este Viaje a Sils María es algo más que eso o mejor dicho, pese a sus peajes, es una película sumamente interesante.

Comentarios

  1. ¿Repetitivo el lesbianismo? Repetitiva es la heterosexualidad en el cine, si es que hablamos en esos términos.

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